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viernes, 6 de septiembre de 2013

Hilda Petrie, la arqueóloga infatigable


El trabajo de esta pionera ha quedado ensombrecido por la obra de su marido, Flinders Petrie, que convirtió las excavaciones en Egipto en una disciplina científica

 
Hilda y Flinders Petrie en 1903.
 

A finales del siglo XIX la arqueología era una actividad masculina a la que las mujeres solo podían acceder casi exclusivamente a través del matrimonio. Como les sucedió a otras pioneras con sus esposos arqueólogos, el trabajo de Hilda Petrie ha quedado en un segundo plano, ensombrecido por la descomunal obra de su marido, Flinders Petrie, el fundador de la arqueología egipcia moderna.
Hilda Mary Isobel Urlin nació en Dublín en 1871. Era la pequeña de las cinco hijas del matrimonio formado por el abogado inglés Denny Urlin y su esposa Mary (Addis de soltera). La familia se estableció en una casita en la costa de Sussex, Inglaterra, cuando la niña tenía cuatro años. Hilda no fue a la escuela. Recibió clases de una institutriz con otros niños de la zona. Al ser sus hermanas mucho mayores (le separaban seis años de la más cercana), fue una pequeña solitaria y melancólica que, como ella misma recordaría, dejó de jugar con muñecas a los ocho años y "prefería los juegos de chicos". Era buena nadadora, ciclista entusiasta, lectora voraz y, como empezó a demostrar muy pronto, tenía talento para el dibujo. Ya adolescente, se dedicó a recorrer la comarca en bici sola o con sus amigas. Le gustaba visitar y dibujar iglesias, sobre todo góticas. La vida en el campo era maravillosa, pero la familia tenía una casa en Londres en la que pasaba los meses de invierno. A Hilda la ciudad no le gustaba, salvo "por los oasis que eran sus museos y las charlas con los amigos". Vivir en la ciudad era "una agonía y una miseria para mí".
Estas temporadas en "las nieblas y la opacidad y los alrededores horribles" de Londres tuvieron su lado bueno. La deslumbrante melena pelirroja de la joven llamó la atención del pintor Henry Holiday, amigo de su familia, para quien acabó posando en varias ocasiones. Eso sí, bajo la vigilancia de una de sus hermanas mayores. El artista observó que Hilda, que entonces tenía 25 años, era muy buena dibujante y copista. Asistía a clases en el King´s College for Women, donde cursaba la asignatura de geología, pero donde también estudiaba dibujo facsímil. Holiday era también amigo del arqueólogo Flinders Petrie, profesor de la primera cátedra de Egiptología de Inglaterra, fundada por Amelia Edwards (1831-1892) en el University College London (UCL). Casualmente, Petrie necesitaba un dibujante que copiara vestidos antiguos egipcios para ilustrar un libro, así que Holiday los presentó. El arqueólogo se quedó prendado, sobre todo cuando se dio cuenta de que se trataba de la chica pelirroja a la que había visto frecuentar las salas de su última exposición de artefactos egipcios.



Hilda Petrie, a la izquierda, como Aspasia en el cuadro de Holiday 'Aspasia on the Pnyx'.
William Matthew Flinders Petrie (1853-1942) era todo un personaje. Al igual que Hilda, tampoco había ido a la escuela. Ni a la universidad. Era un autodidacta completo que había aprendido a topografiar y trazar planos ayudando a su padre, ingeniero civil. Obsesionado con la idea de medir y calcular el peso de todo, los primeros trabajos arqueológicos de Flinders Petrie consistieron en la realización de planos exactos de conjuntos megalíticos, entre ellos Stonehenge. Su gusto por las medidas se convirtió en una manía cuando descubrió las teorías abracadabrantes del astrónomo Charles Piazzi Smyth sobre la Gran Pirámide de Giza. A partir de unas mediciones no demasiado cuidadosas del monumento, Piazzi Smyth había llegado a la conclusión de que los antiguos egipcios usaban como unidad de medida una 'pulgada piramidal' inspirada por Dios y felizmente casi idéntica a la pulgada imperial británica. El astrónomo creyó que el edificio atesoraba todo tipo de conocimientos matemáticos y profecías encriptadas en sus medidas y proporciones.
Petrie decidió comprobar por sí mismo estas teorías y se plantó en Egipto en 1880, presa de un ataque de 'piramiditis'. Durante dos años, y mientras vivía en una tumba de la necrópolis de Giza, realizó mediciones exactas y una planimetría completa de las pirámides que desmontaron las fantasías del astrónomo. La monografia resultante, publicada en 1883, llamó la atención de la comunidad egiptológica y sobre todo de Amelia Edwards, fundadora del Egypt Exploration Fund (Egypt Exploration Society desde 1911), entidad que patrocinaba excavaciones con las aportaciones de sus suscriptores. Flinders Petrie empezó a trabajar para esta institución y pronto destacó por la minuciosidad de sus excavaciones y por su rapidez en publicar las memorias de las mismas. Convencido de que demorar la edición de los informes era ocultar información a la comunidad científica y, por tanto, retrasar el avance de las investigaciones, adoptó un ritmo agotador y casi sobrehumano de un yacimiento excavado y publicado por año.
Como explica Toby Wilkinson en 'El origen de los faraones' (editado por Destino), "la arqueología egipcia acababa de iniciar una nueva era, gracias a los métodos científicos de Flinders Petrie. (...) Había aportado a este ámbito un profesionalismo muy necesario y hasta entonces desusado. Según él, un arqueólogo no sólo tenía la obligación de buscar un tesoro (como habían hecho tantos predecesores), sino también de consignar y publicar hasta el más mínimo detalle que pudiera revelar algo sobre el pasado". Sus informes de excavación eran "modélicos para su época. (…) Los libros contenían dibujos de piezas de cerámica y de pequeños hallazgos, tablas comparativas de tumbas y sus contenidos, así como abundante información de todo tipo".
Para Petrie el registro detallado de todos los artefactos, por insignificantes que parecieran, era fundamental. Como él mismo escribió en su manual de arqueología ('Methods and Aims in Archaeology', publicado en 1904), "después de encontrar las cosas, la primera consideración es registrar y conservar toda la información acerca de ellas (...). El registro es la línea divisoria absoluta entre el saqueo y los trabajos científicos; entre un comerciante y un erudito. El coleccionista aficionado de la sangre más azulada que cava para poseer cosas bellas, pero no registra los datos acerca de ellas, está por debajo del nivel del mercader que publica un catálogo ilustrado con precios, pero consigna los objetos que se han encontrado juntos, y los detalles del descubrimiento".
Petrie no era alguien fácil de tratar. Además del ritmo agotador de trabajo que imponía, desprendía autoridad y hablar con él era someterse a sus opiniones o sucumbir ante la vehemencia de sus argumentos. Por supuesto, a pie de yacimiento no se admitían discusiones teóricas ni prácticas. Como recordaba T. E. Lawrence (es decir, Lawrence de Arabia), Petrie tenía las ideas muy claras sobre cualquier tema, "desde la forma correcta de excavar un templo hasta la de lavarse los dientes".



A Hilda le pareció encantador. Aceptó colaborar con él y, tras realizar las ilustraciones de vestidos antiguos, se dedicó a dibujar escarabeos para una de sus publicaciones técnicas. La joven empezó a asistir a sus clases de Egiptología y él la animó a profundizar en sus estudios. Según Margaret S. Drower (autora de la exhaustiva biografía 'Flinders Petrie: A Life in Archaeology'), el arqueólogo subrayó una entrada en su diario que recoge un paseo que dio con Hilda hacia el Museo Británico, durante el que hablaron de viajar a Egipto y ella le confesó que llevaba años deseando conocer el país. Drower afirma que hasta ese momento Petrie había asumido que no se iba a casar nunca. Tenía 43 años y su modo de vida era demasiado duro para resultar llevadero para una mujer educada en la sociedad victoriana. El arqueólogo regresó a Egipto y ambos empezaron a cartearse durante el invierno de 1896 a 1897, mientras ella iba a clases de griego y seguía dibujando escarabeos. Puede decirse que Hilda Urlin y Flinders Petrie se enamoraron por correspondencia.
A su regreso a Inglaterra el verano de 1897, Petrie pidió a Hilda que se casara con él. Ella le rechazó en un principio, pero no por su modo de vida, sino por la diferencia de edad y lo que pudiera decirse de una alumna joven que contrae matrimonio con su maduro profesor. Él le escribió una carta de amante desesperado con frases como "no podré volver a vivir como lo hacía antes de conocerte" o "(seré incapaz de seguir viviendo en Inglaterra porque) cada una de las esquinas de mi entorno está ligada a ti". La misiva consiguió su objetivo. Hilda aceptó casarse con Flinders y acompañarle en sus expediciones. La boda se celebró el lunes 29 de noviembre de 1897. La pareja apareció en la iglesia de St. Mary Abbot, Kensington, vestida con ropa de viaje a las ocho de la mañana. Menos de dos horas después tomaba un cabriolé hacia la estación Victoria, donde cogería un tren hasta Dover y, allí, un barco hacia Francia. La veintena de invitados se quedó disfrutando del 'desayuno' de bodas mientras los novios corrían hacia Egipto. La luna de miel fue una durísima excavación arqueológica en Dendera.
Hilda Petrie no tuvo problemas en acomodarse al peculiar modo de vida de su marido, que era conocido en el mundillo egiptológico por su austeridad extrema. No había casa. Se vivía en una tumba adaptada o en la choza de adobe abandonada más cercana, dependiendo del yacimiento. Los muebles no existían. Se usaban como tales las cajas que luego servían para embalar los artefactos extraídos de la excavación. La cama era el suelo y el 'colchón' estaba hecho de hojas de palmera. Para bañarse Petrie usaba los canales de irrigación, en los que se sumergía hasta los hombros mientras se protegía del sol con un paraguas. El arqueólogo solía trabajar descalzo, lo que escandalizaba a las señoras que visitaban sus excavaciones. La comida consistía en latas de conserva y galletas de la marina, también enlatadas. Las latas se enterraban de una campaña a otra. Para comprobar si estaban en buen estado, las lanzaban contra una roca. Si explotaban por los gases producidos por la descomposición de los alimentos es que estaban malas. Si no, se las comían. Un chascarrillo que circulaba entre los arqueólogos decía que Petrie era capaz de comerse los envases vacíos si era necesario.



Hilda no solo se adaptó sin ningún problema al ritmo demoledor de 'un yacimiento – un año', sino que además su pericia permitió que la pareja pudiera trabajar en varios sitios a la vez. Cuando los desplazamientos eran cortos, el matrimonio Petrie y su capataz de confianza, Alí, formaban una estampa que causaba asombro entre los lugareños: ella iba a caballo, Alí en mulo y Flinders a pie. Las excavaciones se sucedieron sin interrupción en Dendera, el Rameseum, El-Fayum, Abidos...
Como tantas 'arqueólogas esposas de arqueólogos' de la época, Hilda Petrie realizó el mismo trabajo que su marido con algunos extras. Por supuesto, se convirtió en la enfermera oficial del equipo. Como aprendió a hablar árabe con cierta soltura, se encargó muchas veces de repartir la paga de los trabajadores y de organizarlos. La mayoría eran muy jóvenes, muchos niños, pues, como escribió Petrie, “la mejor edad de los excavadores es de 15 a 20 años. Después muchos se vuelven estúpidos”. Además, Hilda dibujaba todos los objetos en posición, tal como aparecían en el yacimiento, y una vez extraídos, mientras su marido tomaba fotografías con una cámara construida a partir de una caja de galletas. Ella se encargaba también de escribir a mano los informes semanales que se enviaban a los patrocinadores de la excavación, así como las cartas para captar fondos de nuevos mecenas.
El trabajo podía ser peligroso, y no solo porque a menudo tenía que dibujar dentro de tumbas en tan mal estado que estaban a punto de venirse abajo. En 1902 alguien disparó a Hilda cuando salía de su choza en Abidos, aunque afortunadamente no la alcanzó. Desde entonces empezó a ir armada con un revolver.
En el invierno de ese año el matrimonio Petrie llegó a la conclusión de que Hilda ya estaba capacitada para llevar su propia excavación, por lo que empezó a trabajar en una gran tumba decorada con textos funerarios descubierta en una campaña anterior en Abidos. Hilda decidió que otras mujeres completaran el equipo: la que luego sería famosa egiptóloga Margaret Murray y una artista, F. Hansard. En 1905 empezó a trabajar en varias tumbas del Imperio Antiguo en la necrópolis de Saqqara con un equipo exclusivamente femenino que completaban las señoritas Kingsford, Eckenstein y Hansard. Este grupo sufrió el ataque de una pandilla de turistas franceses borrachos que fue rechazado por Hilda y sus compañeras con ayuda de los vigilantes egipcios del sitio, que avisaron a Howard Carter, entonces principal responsable arqueológico de la región. La intervención del futuro descubridor de la tumba de Tutankhamon en defensa de las arqueólogas le costó el puesto por exigencias del cónsul francés.
Hilda demostró ser una trabajadora tan incansable como su marido. Dejó las excavaciones solo para tener y criar a sus dos hijos en Inglaterra (John y Ann, nacidos en 1907 y 1909). Sin embargo, en esos dos periodos no permaneció inactiva como arqueóloga. Corrigió y supervisó las publicaciones de su marido y siguió escribiendo cartas para conseguir patrocinadores para la British School of Archaeology in Egypt, fundada por él. Además, formó la Egyptian Research Students Association, que se dedicaba a organizar charlas de egiptología, muchas de las cuales impartió ella misma. En 1913 regresó a Egipto dejando a sus hijos a cargo de unos amigos. Un asistente de Petrie había localizado tres tumbas decoradas de la Dinastía XII en Kafr Ammar que necesitaban ser registradas "urgentemente". Hilda dedicó varias semanas a reproducir las inscripciones de las paredes, algunas situadas en el fondo de un estrecho pozo. "Hubo que hacer las copias siempre en un ángulo muy difícil, y el trabajo era interrumpido por caídas constantes de bloques que se desprendían del techo en mal estado", según escribió. Hilda firmó el capítulo de la publicación de la campaña de ese año que recogía estas reproducciones.
A este trabajo urgente le sucedió otro, y luego otro... En una carta, citada por Drower, Hilda escribió: "Flinders ya ha encontrado 1.200 o más tumbas desde que comenzó a trabajar. No he estado fuera del almacén (donde trabajo) desde que llegué, hace cinco días, pero, como he levantado parte del techo para que entre la luz del sol, en el almacén se está como en el exterior, y puedo trabajar desde las 7.30 de la mañana hasta la puesta del sol".
Llegó la Primera Guerra Mundial y Flinders tuvo la ocurrencia de presentarse voluntario para combatir, aunque fue amablemente rechazado por su edad. La pareja siguió trabajando en sus publicaciones, exposiciones y el museo del University College. Hilda colaboró con varias organizaciones de mujeres, algunas de las cuales mantuvieron hospitales de campaña, lo que le valió varios reconocimientos, entre ellos la Orden serbia de San Sava. Tras acabar la contienda, a la pareja le faltó tiempo para regresar a Egipto. Los niños, que entonces tenían 12 y 10 años, se quedaron internos en un colegio mixto.



Todo cambió en 1922. El fin del protectorado británico y el descubrimiento de la tumba de Tutankhamon llevaron a las autoridades egipcias a replantearse el delicado asunto del reparto de los objetos hallados en las excavaciones arqueológicas. Hasta entonces, el excavador se llevaba el 50%, que entregaba a sus patronos, fueran estos museos o particulares. A partir de ese momento el porcentaje era decidido en cada caso por el Servicio de Antigüedades. Podía incluso no haber tal porcentaje. Esto hizo que muchos patrocinadores privados retiraran sus apoyos. Incluso después de que Flinders recibiera el título de Sir en 1923. Los Petrie decidieron establecerse en Palestina en 1926, donde Flinders ya había excavado y se podían exportar antigüedades sin mayores problemas. Hilda publicó un librito en 1933, 'Sidenotes on the Bible', para animar a posibles patrocinadores.
Flinders Petrie trabajó casi hasta el día de su muerte. Dio su última clase a los 80 años, el 29 de junio de 1933, y excavó por última vez en 1938, cuando su método de excavación ya había superado por otros más elaborados y las autoridades no se fiaban de él. Murió el 29 de julio de 1942 en Jerusalén. Hilda regresó a Londres y siguió trabajando. En 1950 sacó a la luz su propia publicación sobre las tumbas de Saqqara en las que había trabajado en 1905, firmada por ella y sus compañeras. Falleció el 23 de noviembre 1956 en Londres, en un hospital que estaba enfrente del museo en cuyas salas Flinders la vio por primera vez.

Fuente: http://www.elcorreo.com/vizcaya/20130823/mas-actualidad/sociedad/hilda-petrie-arqueologa-infatigable-201308221932.html

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