Más allá de lo que el ojo capta, la magnificencia de Luxor deja una impronta indeleble en el viajero, que vuelve con el ánimo turbado del que se ha asomado al misterio.
Luxor (Al Qusur, La Fortaleza) es un nombre árabe, y por tanto moderno, que ha eclipsado a la magnífica Tebas, capital durante milenios del asombroso imperio faraónico. No hubo ciudad más grandiosa, como describe Homero, con sus cien puertas, sus imponentes templos y sus casas llenas de riquezas. Los primeros cristianos borraron las inscripciones paganas de las paredes de muchos templos y, en su lugar, garabatearon cruces, que los árabes, a su vez, se encargaron de eliminar más tarde, pues, para ellos, no podía haber signos, imágenes ni nombres que eclipsaran la grandeza de Allah.
Napoleón descubrió al mundo los tesoros allí enterrados, los misterios y leyendas
Así, la esplendorosa Tebas terminó convertida en un pueblo somnoliento, polvoriento y lleno de ruinas abandonadas, hasta que llegó Napoleón y descubrió al mundo la maravilla de los tesoros allí enterrados, los misterios y las leyendas. Fue el principio de la fiebre egipcia que atrajo a tantos viajeros y aventureros durante el siglo XIX y turistas sin cuento a lo largo del siglo XX y hasta nuestros días. A cambio, se llevó el Obelisco que adorna la Place de la Concorde de París.
Hoy, Luxor es un hervidero de turistas que pululan por su calles urbanizadas y su elegante Corniche a lo largo del río, donde atracan los innumerables barcos que llegan y salen cada día cargados de cruceristas. En cierta manera, parece un Parque Temático, pero sus monumentos no son de cartón piedra, sino joyas milenarias que revelan un pasado esplendoroso. Las autoridades egipcias quieren convertirlo en lo que ya es de por sí: el mayor museo al aire libre del mundo. Para ello, están vaciando barrios que han nacido y crecido alrededor de los monumentos o sobre las tumbas de los nobles. Su intención, no siempre bien aceptada por los afectados, es vaciar de contexto todo el conjunto monumental para que éste luzca en todo su esplendor.
Entre estatuas y esfinges
Para una visita rápida de la antigua Tebas hay que distinguir tres partes: la orilla oriental, la occidental y el Valle de los Reyes. La oriental es la más elegante y urbanizada, donde se hallan el Templo de Karnak y el de Luxor. Antiguamente, ambos estaban unidos por una gran avenida, jalonada de estatuas y esfinges. Era una vía majestuosa de tres kilómetros que los egipcios transitaban con orgullo y se utilizaba para las grandes fiestas religiosas. En la actualidad, sólo quedan en pie unos 300 metros a la entrada de cada de uno de los templos, pero está en marcha un ambicioso (y controvertido) proyecto para rehabilitarla en toda su extensión. El problema es que hay que deshacerse antes de muchas viviendas habitadas.
Avenida de las esfinges |
El elegante templo de Luxor, al otro extremo de la proyectada Avenida de las Esfinges, es de dimensiones mucho más reducidas, está mejor conservado y contiene en su interior lo que fue el ipet (harén) del dios Amón, así como un santuario dedicado a Alejandro Magno, que lo visitó durante su estancia en Egipto, y algunas columnas romanas, lo que no es de extrañar si tenemos en cuenta que los romanos levantaron un fuerte alrededor del templo. Los musulmanes, por su parte, erigieron una mezquita en todo lo alto, que aún está en uso. Son miles de años de historia que llevan inevitablemente al asombro y la reflexión.
Las tumbas de los faraones
Al otro lado del Nilo, en la orilla occidental, se halla el Valle de los Reyes, otra visita obligada, ya que allí se encuentran las tumbas de los faraones, a las que, durante siglos, solo tuvieron acceso algunos ladrones sin escrúpulos. Se trata de un vallejo descarnado por la erosión en medio del desierto y cerrado por una montaña en forma de pirámide. Los faraones pasaban la mayor parte de su vida diseñando su tránsito al más allá. Acostumbraban a ser momificados y enterrados con todas sus riquezas, así que su obsesión era ocultar el lugar donde reposarían sus restos. Hoy ya se han encontrado 63 tumbas, la mayoría desvalijadas. Otras, como la de Tutankamon, exhíben su inmenso tesoro en el Museo Egipcio de El Cairo. La momia terminó en el British Museum.
Los Colosos de Memmón son dos estatuas colosales de 18 metros de altura
Muy cerca se halla el Valle de las Reinas y otra zona dedicada a las tumbas de los nobles, ambos de menor importancia. Junto a estos lugares, destacan en la orilla occidental los Colosos de Memmón, dos estatuas colosales de 18 metros de altura que se erigen en medio de un erial. Se supone que marcaban la entrada de un templo gigantesco, aún sin excavar. Entre los templos de esta orilla, destacan el de Seti I, sereno y majestuoso, el famoso Ramesseum, templo conmemorativo de Ramsés III y el conocido como Medinat Habu, también construido por ese mismo faraón.
Naturalmente, quienes amen la historia egipcia pueden pasarse semanas recorriendo ruinas, templos, panteones y restos de ciudades donde vivían los nobles, los sacerdotes, los artesanos, los vigilantes... Luxor, sin embargo, más allá de lo que lo que el ojo pueda ver, es una experiencia emocional que deja el ánimo herido, conturbado, empequeñecido ante tanto enigma y tanta grandeza y magnificencia.
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